Braulio era nuestro tema cotidiano. Ninguno de nosotros lo conocía, ni siquiera lo habíamos visto en fotografía, pero fue desde siempre el protagonista de nuestros coloquios y chismografías. El mayor de nuestra banda o clan o tribu, Lucas, tenía quince años. Yo era el menor con doce, y en el medio estaban Ramiro con trece y Luis con catorce.
Según informaciones que había recogido Ramiro, el invisible Braulio, algo mayor que nosotros, era dueño de una hermosa bicicleta con la que pedaleaba incansablemente por la carretera que lleva a Maldonado.
Para Lucas, en cambio, lo de la bicicleta era un cuento chino. Según pudo saber, Braulio había quedado cojo a raíz de una salvaje patada que le propinaron en una cancha de fútbol, y en consecuencia no parecía que fuera apto para el ciclismo.
Luis, por su parte, juraba y perjuraba que Braulio no tenía bicicleta, y no era rengo ni nada parecido, y añadía que no faltaban quienes decían haberlo visto participar en pruebas atléticas con excelentes marcas.
En lo que a mí respecta, tenía escasa bibliografía sobre la vida y milagros del inabordable Braulio.
Lucas y Ramiro llegaron a soñar con él, pero las imágenes del doblemente soñado no coincidían. Para Lucas era un tipo alto, rubio, huesudo; para Ramiro, en cambio, un petizo morocho, más bien barrigón.
Luis se entusiasmaba con la posibilidad de encontrarlo y convertirlo en nuestro compinche. Ramiro le advertía: “Si no se esfuman, hay que tener cuidado con los fantasmas”.
Infortunadamente, el enigma no tuvo una plácida revelación. Una noche de primavera Luis y yo habíamos decidido ir al cine y con esa intención nos fuimos arrimando al Centro. De pronto, en una esquina particularmente oscura distinguimos un cuerpo inerte en plena calle. Nos acercamos y el hallazgo nos dejó estupefactos. Era nada menos que Ramiro, con el cuello sangrante. Al escuchar nuestras voces de angustia, abrió los ojos. Lo acosamos a preguntas: “¿Qué te pasó? ¿Quién te dejó así? Ramiro, habla, pro favor”. Ramiro movió apenas los labios. Apenas balbuceó: “Braulio” y no pudo decir más. Estaba muerto.
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